miércoles, 25 de julio de 2012

Time Capsule


Time Capsule
El sonido del bus parece arrullar mis caóticos pensamientos. No me imaginé a este pueblo que se levanta forzosamente sobre esta gran colina. Había decido cambiar de vida hacía muchos años. El paisaje rural pasa por mi ventana, como si quisiera ostentar su tranquilidad y hacerme convencer que ya no era necesario que buscara la vida de la gran ciudad. La razón por la que había vuelto… No es que fuese un misterio. Era algo tan simple como la muerte. La partida inesperada de mi tío. Es de esas personas que recuerdas con cariño pero que no afecta tu vida para nada, aún así tenía que hacer acto de presencia.

Había salido a regañadientes de mi casa. Insulté a mis padres, me rebelé contra mis hermanos; todo por perseguir un sueño que no me dejaba otra opción. Ninguno en la casa entendía que tenía más aspiraciones que cualquiera. No quería quedarme arriando vacas y pastoreando ovejas. En especial, que no quería casarme con hija del vecino.

Ahora he probado la vida de un chico normal. Universitario, citadino, culto y capaz. Quizás para reafirmar mis deseos había sido bueno volver esta temporada a casa. Para refrescar mi gran desprecio a esa colina que había limitado mi vida durante tantos años.

Me encontré con la calle principal del pueblo que se escurría como una serpiente hacia la punta de la colina. Me bajé del bus y le vi perderse por entre las curvas del camino. Suspiré profundamente y detallé ese ambiente de antaño que me impregnó el interior. “Nada ha cambiado” – pensé y continúe caminando.

Ese insulso pueblo había hecho un contrato con Chronos y este le concedió el don del “No cambio”. Tenía que ser alguna acción natural por ese estilo porque de otra forma no me explico como esto no ha cambiado en nada. Podría afirmar que hasta la piedra que patee cuando me fui había de estar en el mismo lugar.

Empiezo a sudar un poco por el esfuerzo y por el tibio y nauseabundo aire. Ese aire que es tan rancio que hace daño a los pulmones. Observo que a medida que más subo, la carretera comienza a mostrar sus verdaderos colores. Tierra, piedras, huecos, andenes partidos. Sí… así es como lo recordaba.

Tomo la segunda bifurcación de la carretera y me dirijo hacia mi casa. No puedo negar que esa pequeña voz que me dijo hace unos años “Lárgate de aquí” en este instante me grita con fuerza “Huye y no los veas”. Quizás debía hacerle caso como lo hice hacia algunos años, pero no, debía hacer acto de presencia.

No podía ser tan malo. Ya han pasado muchos años, ya los ánimos debieron calmarse. Además es inapropiado tomar la muerte mi tío para hacerme un berrinche de porque me fui.

El paisaje familiar me recibe y yo ignoro su acogida. Al fin vislumbro la que había sido mi casa. Mi corazón se estremeció y me toqué el pecho tratando de calmarlo. Aquí íbamos, la oveja negra regresa a casa.

No había la necesidad de siquiera timbrar. Las puertas estaban abiertas de par en par como siempre. Las personas vestidas de negro parecían ángeles de la muerte. Me acerqué e incliné la cabeza a las sombrías figuras. La verdad no sabía quienes eran. Entré a la casa y ese olor a las coronas de flores, atacó mi nariz. Si existe algo que odio es ese olor. Traté de respirar por mi nariz, pero el malintencionado aroma parecía volverse un líquido que mis papilas gustativas captaban.

Me dirigí hacia la sala y he ahí la escena. Mi madre, más vieja de lo que pensaba, abrazada por mi hermano mayor. “Arg… que incomodo” –pensé.

¿Saludar? Bueno, era la opción más indicada, pero es la que menos tengo ganas de realizar. Aunque no fue necesario que hiciera mucha presencia hasta que mi hermano mayor me vio y no mostró signos de sorpresa. Sus ojos fríos me penetraron la poca voluntad que había tenido para llegar hasta aquí. Esas iris inyectadas de cansancio, decepción y tal vez odio, me indicaban que viese el ataúd.  

Desvié la mirada y me dirigí hacia el madero que contenía a mi tío. Cuando ya le vi, quizás parte de mi indolencia se disolvió en la sinceridad de mis sentimientos. Yo no me había sorprendido con la noticia, me había dado igual, pero ahora al verlo, algo dentro de mí se removió. No tenía muy el qué era.

— Que descanses en paz tío.

Una lágrima traicionera se escurrió por mi mejilla. Quizás realmente no es que odiase todo lo que alguna vez tuve que vivir aquí. Quizás por la ira con la que me fui, creí odiar todo, pero tal vez no todo fue malo.

Esos pensamientos traicioneros me invadieron. No podía seguir viendo el cadáver de mi tío. Me retiré y salí de la casa. Tenía que tomar algo de aire. El olor de las flores, el rostro pálido y tranquilo de mi tío, la figura decaída de mi madre; era más de lo que podía soportar.

Caminé un poco hacia el único parque había en el pueblo. Estaba en la parte más alta de la colina. Esa caminata me haría bien. Las imágenes me rasgaban y solo me hacían supurar recuerdos. ¿Por qué había olvidado tanto? ¿Qué había remplazado tantas memorias?

Sin darme cuenta me encontraba ya en el pequeño parque. Tantos momentos había pasado en esos juegos oxidados que la nostalgia me atacó desprevenido y me puso a llorar. Me senté en el columpio y me quedé empapado. Miré mis manos y las vi como si tuviese los 15 años con los que me divertía aquí.

Súbitamente recordé. Recordé mis dedos sucios, llenos de barro enterar una caja. La atesoraba como si fuera un gran tesoro. Y sentí curiosidad ¿Qué era lo que yo tenía guardado? Me sentía estúpido de no poder recordad lo que yo mismo escondí.

Limpié mis lágrimas con el reverso la manga de mi camisa y comencé a recorrer los pasos de ese niño de hacía tanto tiempo. ¿Dónde lo escondí? ¿Alguien lo habrá desenterrado? Tenía que averiguar eso mientras buscaba. Me pasee por el tobogán, lo delineé con mis dedos. Seguí caminando hacia el sube y baja. Las pequeñas llantas que estaban enterradas en el suelo me parecían ahora más pequeñas. Y entonces lo vi. Ese sitió era el único donde lo pude haber escondido mi pequeña caja.

Caminé con prisa y me senté debajo del gran árbol que estaba al fondo del parque y con desesperación comencé a remover la tierra con mis manos. Esperaba que nadie lo hubiese desenterrado, que nadie hubiese visto mi tesoro. No recuerdo que escondí ahí, pero lo siento muy importante.

Mis dedos chocan con aquella caja. Mi corazón se emociona. Y la tomo con cuidado, como si fuese el santo grial. Está tan gastada, tan vieja, tan frágil. Abrí con cuidado la caja y al ver su contenido, esta se me cayó de las manos.

El aire se me fue de los pulmones.  Los ojos se me llenaron de lágrimas y la garganta se me llenó de gritos. No pude evitarlo, el dolor de recordar es lo peor que he experimentado.  Después de varios minutos en un estado histérico, tuve que calmarme y recoger las fotos que estaban en mi pequeña capsula del tiempo.

Esas fotos me hicieron recordar, la razón verdadera de irme de este pueblo. No era por no querer arriar vacas y pastorear ovejas, tampoco era por no quererme casar con la hija del vecino. La verdad de todo, era que aquel tío que estaba en estos mismos instantes muerto. Ese ser a quien pensé que me daba igual su muerte. Aquella persona había sido mi amante.

Ya lo recordaba. Esas fotos y esas cartas eran todos los momentos que pasamos como amantes. Yo lo amaba a él como a nada en el mundo. Estaba dispuesto a romper con los paradigmas por estar a su lado tan solo un poco más.

Aquella escena, ahora no la puedo olvidar. Sus vivos colores me atormentan. Yo había insistido en querer irme a vivir con mi tío. Yo buscaba experimentar todo lo que ese cuerpo que tanto amaba me pudiese brindar. Sabía que estaba mal decirles a mis padres y hermanos que lo amaba, por eso trataba de buscar alguna otra excusa para que me permitieran ir con él.

Mi desesperación por las constantes negativas estaba rebozando mi paciencia. Así que busqué a mi amor (tío) aquella tarde. Me colgué en sus brazos y busqué sus labios. Algo buscaba que me tranquilizase, así fuesen sus mentiras.

Susurró a mi joven corazón la más hermosa declaración que jamás escuché. Decidí consagrarme a entregar mi vida por él. Quería ser todo lo que él pudiese necesitar. Sí… tenía ese inocente deseo. Le amé con desesperación y decidí aventarme con todo y entonces, justo en ese momento me enteré de la verdad. Mi tío iba a casarse. Todo el amor que me profesó era porque esa era su última oportunidad de decirlo. La razón por la que mi padre no aceptaba que yo me fuese con él, era porque se iba  a formar su propia familia. Yo solo era una molestia. Eso yo no lo sabía. 

Ese fue el dolor más funesto. No tenía el apoyo de quien creí mi todo. Él me había engañado, supongo que por mi bien. Él también me amaba y no quería que yo perdiera mi futuro en esa relación sin sentido. Eso quiero pensar que hizo. Porque ahora está muerto, no puedo escuchar sus palabras.

Cuando volví a casa ese día, tomé mis maletas, maldije a todos. Les dije que los odiaba por que no bendecían mi relación. Porque yo estaba solo. Y decidí olvidar.

Ahora la cicatriz de nuevo se abrió y sangro por ella. Sé que moriré. Este dolor no me dejará vivir por el tiempo que me quede. Yo solo quería ser amado. Era un estúpido niño de 15 años, no sabía nada de la vida ¿Por qué lo juzgue? ¿Qué le dirían mis padres luego que yo les confesase que teníamos una relación? ¿Cuánto habría tenido que aguantar?

Las lágrimas queman mis mejillas y me hacen recordar cuanto egoísmo poseo. Y comencé a ser consciente de que yo lo maté. Lo maté cuando me fui diciéndole que no le perdonaría ese engaño. Lo maté cuando lo dejé con todas las miradas de odio de mi familia.

Tenía que recordar bien hasta el más mínimo detalle de todo esto. Tengo que expiar mi pecado. Mis ojos se pasearon por cada una de las fotos descoloridas y sucias. Por las cartas manchadas y casi ilegibles. Mis ojos fueron capturados por un pequeño papel blanco que estaba en la tierra removida. Lo tomé con cuidado y lo abrí. No pude alcanzar ni a terminar la frase cuando de nuevo mis gritos perturbaron el aire. Ese era el acto de amor que él solo pudo hacer por mí.

Esa carta fue escrita por él luego de que yo me fui. La enterró junto a nuestro tesoro de amor y ahora esas palabras resuenan en mí. Luego de tantos años, esos sentimientos que creía que serían de odio, me besan con la más increíble ternura.  Él me amaba,  decía en la primera frase. Luego en lo siguiente de la carta, se excusaba conmigo.  Él no quería que yo me enterase del compromiso, no quería que le odiase, no quería que le dejara. Él tenía un plan. Él quería huir conmigo. Tendría que casarse para lograrlo. Yo nunca lo escuché.

Que desgraciado y egoísta he sido. Mi maldita ceguera me alejó de la felicidad. Me alejó del único ser que he amado. Me alejo de lo que siempre había soñado. Aprieto con fiereza el papel y me deshago en lágrimas. ¿Qué queda más para mí? Lo he abandonado, cuando él quería pasar el resto de su vida conmigo.

Me apoyé en tronco del árbol y me impregné del olor a tierra, del olor a añejo del papel y vi el cielo a través de las hojas del árbol. Yo no tenía salvación. No quería buscarla tampoco. Quizás sería conveniente enterrarme junto a esta capsula del tiempo. Donde se enterró en aquellos tiempos, toda mi esperanza y felicidad.

La luz que daba vida, pasó por un filtró hasta que solo quedó la oscuridad. Yo seguía abrazando lo retazos de mis sentimientos. Ya no había nada para mí.

La luz de la luna me seguía como si fuese el foco de un espectáculo. Yo era el protagonista de esa tragicomedia. Me levanté con desganado aliento y caminé un poco alrededor de árbol. Mecía en mis manos el feto de alegría, quería hacerlo despertar, aunque ya estaba muerto.

De nuevo releí la carta y la alcé hacía el cielo. Veía las letras que combatían con la luz y resaltaban sus formas y ahí se me fue revelado el mensaje oculto. Volteé la hoja y estaba escrito con letra muy grande, el mensaje más importante.  “El amor que siento por ti te desea que cumplas tus sueños. Que te enamores, que vueltas a ser feliz. No importa que te hayas separado de mí, nunca te odiaré. Porque desde ahora y siempre seré el ser que estaré en cada una de tus alegrías. Sé feliz por nosotros.” — Ya no había más lágrimas en mis ojos, pero estas se forzaron a salir. Estas lamían las quemaduras de mis mejillas. No podía evitar odiarme a mi mismo. Pero en ese mismo instante lo supé. Ese amor me había salvado.

Tomé todas las fotos y cartas, las organicé y besé a cada una de ellas. Las coloqué en la pequeña capsula del tiempo y de nuevo la devolví a su hueco. Saqué una tarjeta que tenía en mi billetera y tomé un esfero y escribí en ella. Ahora, seré feliz por los dos, porque tú en este instante eres una estrella que me guía desde el cielo. — En esa misma colina enterré mi esperanza y mi felicidad. Dejaría que esta se gestara y algún día, brotaría de ese mismo lugar venciendo al duro “asfalto”.