15
Perséfone
«La Cita 2»
Estaba
asustado de sí mismo. El constreñimiento de sus deseos se estaba volviendo en
su contra, ya que se desbordaba en
detalles que ni él mismo podía controlar. El deseo de estar a su lado, el miedo
recibir su rechazo, todo se unía para hacerlo comportar más extraño.
Lo
más importante que era necesario recalcar, era el deseo más primitivo que había
nacido en un momento de descuido. Justo en el momento que Cedric lo abrazó para
que se fueran al bar, el olor de su colonia combinado con su esencia natural,
le hizo desear enterrarse en su cuello y aspirar profundamente. Se abofeteó
internamente muchas veces por ese pensamiento desprevenido.
«Soy
repugnante», se dijo un millón de veces después de eso. Las razones para el
odio así mismo no sólo eran esas, sino el hecho de sentirse decepcionado por no
escuchar declaraciones más personales por parte de Cedric. Quería sentirse incómodo
con alguna confesión indebida y ser obligado, de alguna manera, a estar muy
consciente de la presencia de ese hombre.
Todas
las interacciones del día habían sido tan inocentes, que le hizo desesperar. No
se sentó a su lado por gusto, se sentó para seguir manipulando –como ya parecía
ser costumbre– a Cedric para que cediera. Hasta la imprudencia que cometió
diciendo que lamentaba no ser su novia no provocó ninguna conducta inapropiada.
Entre
más calmado se mostraba Cedric, más inseguro se sentía. Quería comportarse
igual que él, pero no tenía ni la menor idea de qué estaba haciendo. Ocultó su
creciente sonrojo con una mirada gacha y haciendo espacio entre ellos. Alzó el
codo para desligarse de ese calor en la boca del estómago que lo tenía dominado
desde el primer momento, alejando a Cedric con ello.
—
¿Te gusta algún licor en especial?
La
voz de Cedric lo sacó de su vórtice de ideas autodestructivas. El mensaje sutil
por su parte para que le diera su espacio fue tomado con demasiada diligencia y
se molestó de nuevo. Él mismo estaba repudiado consigo, porque no lograba
entender qué quería realmente. Pareciera que deseara arrancarle los ojos a
Cedric y que se quedaran mirándolo por la eternidad.
—
Ninguno en especial.
No
dijo nada más y se recluyó de nuevo en su silencio. Cedric se le adelantó y le obstruyó
el paso. Cuando levantó la vista por lo improvisto de la acción, se dio cuenta
que su expresión no era de felicidad. Sus cejas se arqueaban preocupadas y su
boca se torció hacia abajo.
—
Perséfone… Lo siento, sé que no me estoy comportando todo lo bien que debería,
pero…
—
¡No pidas disculpas! — no fue capaz de dejarle terminar la oración a Cedric. —
No estás haciendo nada malo, en verdad es mí culpa. Me siento un poco desubicado
y… perdón.
—
Entonces ¿Estamos bien?
—
Sí, en ningún momento estuvimos mal. Quiero sentarme a hablar contigo, es todo.
A
pesar de que no hubo más conversación, sus ojos estaban teniendo una acalorada
discusión. Los sentimientos que revoloteaban en el espacio que separaba sus
caras, eran muy delicados. Cualquier movimiento rompería la armonía que el
silencio había logrado armar.
Dejando
la prevención y buscando llegar a la información de la forma más certera. Se
puso a hacer un papeleo en su cabeza, sobre todas las razones que lo llevanban
a estar justamente frente a ese desconocido que se le antojaba tan familiar. No
quería que lo abandonara, no quería que pensara que él era una figura irreal,
quería que le conociera por lo que era y que lo aceptara con ello, de tal
manera que pudiesen entablar una relación ecuánime. Eran todas aquellas
razones, lo que debería importarle para no perder a Cedric.
El
hombre dueño de la mirada encantadora se quitó del camino y siguió andando
hacia el bar, no quedaba mucho trecho pero con la lentitud con la que retomó el
paso, pareciera que estuviera guardando energía para un desgastante trayecto.
Perséfone se colocó a su lado y las puntas de los dedos cosquilleaban, con
deseo de enredarse entre las hebras negras del cabello de Cedric. Quería
tomarse todo el tiempo necesario para analizar qué era aquello tan especial.
***
Era
la sexta ronda de cervezas y se habían demorado el tiempo suficiente como para
dar paso a que el bar se llenara más de lo esperado. Cedric se reclinaba en el
espaldar del mullido sillón, mientras que Perséfone colocaba los codos en la
mesa y apoyaba su cabeza en ellos.
La
conversación que habían tenido durante todo ese tiempo, no era nada importante.
Por alguna razón que era mayor a la voluntad, no habían avanzado con su cita
hacia ningún lado. Otro ligero problema, era que no era muy resistente al
alcohol y no sabía hasta qué ronda podía seguir el ritmo que llevaba Cedric.
—
Cedric… ¿Puedo hacerte una pregunta?
—
Dime.
—
¿Por qué te gusta tanto la banda?
Los
ojos grises se posaron en la boca del pelinegro y detallaron con minuciosidad
el movimiento que estos hacían.
—
Me ayudaron a salir de un momento algo difícil.
—
¿Qué te pasó? Si se puede saber.
—
Mmm… bueno, aquella vez que los conocí, me habían roto el corazón. La persona
que me gustaba prefirió irse con alguien más.
La
reacción exterior fue un asentimiento, pero en su interior una llamarada se
encendió rápidamente. Él estaba enamorado de alguien más. Su persona no era tan
especial cómo creía. Se asustó a sobremanera al pensar que después de todo
Cedric estaba alejado, igual a como tenía la perspectiva en la tarima.
—
¿Cómo era esa persona?
—
Bueno, la mejor forma de describirlo sería decir que es como un incendio. Es
una persona con una personalidad arrolladora, es mimado pero también maduro a
su manera. Sin duda alguna es una persona que te hace despertar un deseo de
protección.
—
¿Tuvieron algo?
—
Neh, sólo fue algo platónico. Creo que se enteró de lo que sentía y me alejó
por eso.
—
¿Y por quién te cambió?
—
Un idiota, pero nada que hacer, no pude ganar contra ese idiota.
—
Me pregunto ¿Por qué no se habrá querido quedar contigo?
—
Yo tampoco es que haya hecho algo para hacerme notar, sólo fui su amigo y no
hice ningún movimiento.
—
¿Por qué?
—
Me daba miedo, no era fácil demostrar mis sentimientos. Pero bueno, ya mucho de
mi ¿Y tú? ¿Qué tal tú vida amorosa?
—
Un desastre.
Sus
labios se estiraron hasta formar una ligera sonrisa y sus ojos se estremecieron
en la media luz del lugar. Estaba convencido que no había nacido para amar a
alguien. Siempre era demasiado complicado confiar para entregarse, así que al
final resultaba más cómodo estar solo, aunque cabe aclarar que de vez en cuando
se sentía atraído por alguien pero nunca trasgredía el mero hecho
contemplativo.
—
No me imaginé que alguien como tú tuviese mala suerte en el amor.
—
¿Qué tiene alguien como yo?
—
No lo sé… perfecto tal vez ¿No tienes a
quién quieras?
—
¿Qué parte de mí es perfecta? Tanto prejuicio no es bueno.
Cedric
se llenó la boca de cerveza y la espuma se impregnó en sus labios. Perséfone
quedó cautivado con ese descuido tan tierno. Tomó él también un sorbo de
cerveza que le nubló la vista un poco más.
—
No tengo a quien quiera, no he encontrado a alguien a quien quiera.
Sus
palabras afectaron a Cedric, lo vio claramente: abrir los ojos y torcer su
cuerpo forzosamente en una posición «natural». Esas palabras no le producían
lástima o un anhelo que se pudiera equiparar a lo que sentían los demás, para
él el amor no era un pilar importante en la vida.
—
Pero no creas que me apura enamorarme. Estoy bien así.
—
Si no te sientes solo, entonces no hay por qué llenar espacios que no están
disponibles.
Se
percató de que todas sus palabras sonaban a una advertencia. Cedric abandonó
esa aura atrayente que traía desde hacía tiempo y sólo una disimulada calma la
reemplazó. No quiso hacerlo sentir mal poniéndole una muralla de contención
para que no se intentara sobrepasar con él. Aunque sí quería que no se
sobrepasara y no dañar la relación que hasta ahora se estaba formando.
—
Voy a ir al baño.
Cedric
se levantó de la mesa y se limitó a asentir cuando pasó por su lado. Un golpe
en el pecho lo estremeció, ese rostro favorecido por el detalle de su cabello
comenzando a descuidarse, aumentó sus deseos ya olvidados de enterrar sus dedos
en su cabello. Quiso irse corriendo de esa mesa, temía que de seguir hablando
así algo malo iba a ocurrir
En
conflicto consigo mismo, tomó la resolución de enfrentarse de nuevo a Cedric.
Se paró cómo pudo de la mesa y caminó lo más recto que pudo hacia el baño. Las
seis cervezas ya estaban correctamente distribuidas por su torrente sanguíneo,
por lo que en consecuencia no podía fiarse mucho de sus sentidos. Ya estabilizado,
trató de caminar hacia el baño, se chocó con algunos meseros e incluso estuvo a
punto de derraman unas cervezas de una mesa que estaba cerca de la barra.
Llegando
al baño, se chocó de nuevo con alguien, pero esta vez fue más fuerte de lo que
su poco equilibrio le permitía y fue directo al piso. La persona con la que se
chocó estaba tan molesta que siguió derecho y le dejó allí.
—
¿Estás bien?
Cedric
recién acababa de salir del baño y se fue directo a ayudarlo. Extendió su mano
y se aferró a la manga del brazo de Cedric que se había agachado para ayudarlo
a parar. Se impulsó con algo más de fuerza de la necesaria y terminó recostado
en el pecho de su acompañante.
Inconscientemente
lo primero que hizo fue inhalar profundo. Cuando sus pulmones se llenaron de
esa fragancia, en su cerebro se desató una guerra química. Todas las
terminaciones nerviosas se sobreexcitaron y dejó de pensar con claridad, una
vez más.
—
Dame un minuto, estoy muy mareado.
—
Vale, está bien.
La
respuesta a su deseo incomprensible fue sentir la mano de Cedric en su rostro.
Los dedos suaves corrieron los mechones que tapaban sus mejillas y se
deslizaron con delicadeza hacia su cuello. Allí el agarre provocó una extraña
excitación, esa mano era tan grande y masculina, pero lo trataba con un cariño
que sólo había sentido con su madre.
Cuando
fue valiente y alzó el rostro, se encontró con el cielo más azul que había
visto en su vida, justo a centímetros de sus ojos. La fijación que tenía con
los ojos de Cedric se veía justificada en el momento que todas sus células se
llenaban con una inspiración de procedencia mítica. Por supuesto que el alcohol
hacía que su irracionalidad presionara con más persuasión que todas las veces
que tuvo que luchar con ella y, debido a ello, no aguantó las ganas de enterrar
sus manos en el cabello de Cedric.
Sus
manos se deslizaron por sus mejillas, al llegar a las hebras oscuras penetró
con sus dedos la uniformidad. Los cabellos que se rebelaron y fueron cayendo en
la frente de Cedric, los apreció con más fiereza que todos aquellos que se
mantuvieron en su lugar.
—
¿Si te han dicho que tus ojos son hermosos?
Nadie
lo juzgaría por el atrevimiento, decir la verdad estaba en las buenas
costumbres que su madre le había enseñado. A quién quería engañar, estaba tan
encaprichado con el sentimiento que le producía la mirada de Cedric que estaba
dispuesto a seguir actuando como una damisela en peligro para seguir teniendo
la oportunidad de verlos así de cerca.
—
Sí, me lo dicen a menudo.
La
cercanía era perfecta, estaba cegado ante tanta hermosura. Las pestañas que
tenían una formación perfecta sirviendo de sombra para el cielo, la forma de
los ojos que no eran el límite sino el marco del horizonte. No estaba
seduciendo apropósito a Cedric, pero ya que el alcohol le ayudaba a ser más
honesto consigo mismo y que seguramente pudiese echarle toda la culpa a ello
después, estaba cómodo con esa distancia.
El
encanto se dispersó, cuando la mano que antes estaba en su cuello fue a quitar
sus dedos que tan encaprichados estaban en el cabello de su compañero. ¿Cedric
estaba molesto? ¿Lo que hizo estuvo mal? ¿Acaso no gustaba de él? Espera ¿Qué?
—
Ya estás muy borracho, vamos levántate.
El
frío que produjo la distancia, lo desanimó; fue justo en el cambio de
posiciones que sintió la presión en un lugar de su cuerpo que no debería
existir. No se había percatado que tenía una erección. Un ataque de pánico lo
invadió. «Oh por dios, oh por dios, ¿Me
excité con esto? ¡No! ¡Esto no puede ser!», pensó con tanta velocidad que lo
único que resolvió hacer fue empujar a Cedric y correr a esconderse en el baño.
Se
encerró en el cubículo y tocó por encima su pantalón. Allí estaba su pene tan
duro que dolía. Abrió la bragueta de su
jean y se asustó al ver a su miembro
estar tan animado. La punta rosada desbordaba líquido preseminal y las venas
estaban marcadas con todo vigor.
«¿Esto…
lo provocó Cedric?», pensó y se asustó al ver la respuesta frente a sus ojos.
No quería masturbarse para acabar con la tortura y la vergüenza más grande de
su vida, porque sabía que para lograr terminar, tendría que pensar en esos ojos
que lo llevaron hasta ese punto.
Sus
dedos se escabulleron hasta su entrepierna y encerraron de nuevo a su pequeña
aberración dentro de sus pantalones; se sentó en la cisterna con la esperanza
que su erección bajara pronto. Unas lágrimas cayeron en sus rodillas y, le
contaron la frustración y la vergüenza que había decido vivir en su interior. «Soy
de lo peor», se recriminó fuertemente hasta que toda su excitación fue drenada.
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