21
Cedric
«Nunca asumas»
En alguna parte de todo ese círculo de
casualidades, pensó que iba a
estar más en contacto con Perséfone, pero no sucedió. Se esfumó de nuevo como una ilusión, debería empezar a acostumbrarse a eso. Se sorprendió cuando en retrospectiva se dio cuenta que ya había pasado un año desde que
se conocieron.
Se recostó contra la
pared que estaba tras la cama y se quedó mirando el
techo. En todo ese año había pasado por muchas emociones, eso le hizo llegar a preguntarse si
la adolescencia no le había llegado
con efecto retardado. No estaba molesto en ese punto por todos los altibajos,
porque gracias a todo eso es que había logrado
entablar una relación más cercana con Perséfone.
Las expectativas que tenía con su
amor platónico se fueron transformando en
bocetos de un capricho hasta llegar a lo que sentía en ese
momento. Podría decirse que era más parecido a una tensión sexual
latente en conjunto con una admiración muy basta,
que al amor platónico del
comienzo.
¿Qué pensaría Perséfone al
respecto? Las evidencias que recogía cada vez
que se veían le daban dos caminos: o le
gustaba o era demasiado tímido y eso
llevaba a su ambigüedad.
Esperaba que fuera la segunda opción por el
bien de los dos, ya ni tenía ganas de
ilusionarse pensando en cómo derrumbar
las barreras de ese hombre.
Se concentraría en los
estudios y dejaría que fuera
Perséfone el que cediera. Él ya había hecho su
declaración más
vergonzosa, ya no le quedaba nada más qué decir.
***
Los ojos no daban crédito a lo
que estaba estampado en ellos. Un mensaje de Damien flotaba en su bandeja de
entrada, pero como tal eso no era lo raro, lo que lo tenía atónito era esa
repentina invitación a comer.
Estaba contento, eso era un hecho pero ¿Por qué tan de repente?
Más abajo de la invitación había una lista
de ingredientes con unas notas aclarando lo que él debía comprar. No le estaba preguntando si podía o no, Damien ya estaba dando por sentado que iba a ir. La cita
era para esa misma tarde y ya estaba próxima a ser
la hora de encuentro. Se paró de un salto
para bañarse y cambiarse, sino se daba prisa
no iba a llegar a tiempo.
Los pensamientos que venían a él tratando de explicar la situación durante su
viaje al supermercado eran confusos. En primera instancia pensó que era en agradecimiento por los libros, pero no había dicho nada de eso en el correo así que ya no
estaba tan seguro. En segunda instancia creyó que era algún gesto de camaradería, aunque
eso tampoco tenía mucho sentido. Ya por último imaginó con ilusión que Perséfone le había pedido a Damien que lo citara, cosa que también sonaba muy improbable.
La señorita de la
caja le dio sus paquetes y salió corriendo
para la estación del metro donde habían quedado de encontrarse con Damien. En la entrada de la estación la inconfundible presencia del baterista hizo su realce. Este
apenas lo vio, alzó el brazo
izquierdo y lo agitaba saludándolo.
— No te demoraste nada, gracias por
venir.
— No, gracias a ti por invitarme.
Damien le sonrió y avanzó para entrar a la estación.
— Hoy es el cumpleaños de la mamá de Thom.
— ¿Qué? No tenía ni idea,
le mando mis felicitaciones.
— ¿Pero qué dices? Si vamos a ir allá en este
momento.
Cedric abrió los ojos
con asombro, ¿Desde cuándo disponían de él así? No le
molestaba ir, pero le hubiese gustado poderle comprar un regalo por lo menos.
Por los ingredientes suponía que iban a
cocinar, por su cabeza pasó la pregunta
del lugar a donde se estaban dirigiendo.
— Deberías memorizar
bien esta ruta, después de todo
vamos a ir a la casa de Thom.
Hoy era el día de las
sorpresas, Damien debía estar loco
por invitar a un desconocido a la casa de su amigo ¿Qué tal fuera una persona peligrosa?
Debía medir los riesgos.
— Thom se va a alegrar mucho de
verte.
Sí, él estaba
borracho o algo por el estilo, mejor no decía nada.
— Cedric ¿verdad?
Él asintió ante la extraña pregunta
que pedía confirmar su identidad.
— Por favor, llévate bien con Thom. Sé que es una
persona difícil de tratar, pero eso solo pasa
porque es alguien muy inseguro. No le des motivos para que desconfíe de ti.
Bien, ahora si estaba totalmente perdido. ¿De dónde estaba
sacando todo eso Damien? Es decir, era bastante probable que Perséfone le hubiese contado, pero esas recomendaciones lo estaban
haciendo sentir incómodo. Era
como si él tuviese la culpa de que esa relación no hubiese avanzado a ningún lado.
— Haré mi mejor
esfuerzo, pero no puedo asegurar nada, sino le agrado a Thom no puedo hacer
mucho.
— Le agradas, créeme.
Intentó responder
pero se dio cuenta que no tenía nada qué decir. Era inútil, no
estaba entendiendo nada de lo que estaba pasando. Damien tampoco estaba dispuesto
en lo más mínimo a
ayudarle a entender qué era lo que
quería hacer.
El viaje duró un poco más de una hora, no sabía que Perséfone viviera tan lejos. El paisaje de la ventana del metro no
cambiaba, pero ahora viendo los nombres de cada estación cambiar. Su acompañante estaba
callado, en parte lo entendía, eran un
par de desconocidos después de todo.
Estaba totalmente distraído hasta que
su chaqueta fue tironeada. Su acompañante le
estaba avisando que se bajaban en la siguiente estación. La imagen que estaban dando le debía parecer cómica a los
transeúntes: un tipo altísimo, siguiendo a otro como si fuera un pollito tras la mamá.
Cuando salieron del metro, se dio cuenta que estaban casi a las
afueras de Londres. No era el barrio más bonito de
todos, pero tampoco era tan tétrico como
para salir corriendo de vuelta a su casa. De todas formas guardó su celular en el bolsillo interno de su chaqueta.
Empezaron a caminar y estaba pendiente de todo lo que veía, estaba haciendo un mapa mental. Damien comenzó a darle unas recomendaciones respecto a cómo debía tratar a
Franceska, le explicó lo de la
diabetes y su ceguera. Esa información lo hizo
sentir algo miserable, se compadeció de Thom.
Sabía que si su pensamiento salía a sus palabras, sería amonestado
seriamente.
El apartamento de Perséfone no
estaba tan lejos de la estación de metro.
La fachada del edificio hacia honor al lugar, las líneas negras de suciedad se intensificaban a medida que llegaban al
suelo. Respiró profundamente y avanzó tras Damien.
Las escaleras eran estrechas y tenían una
baranda de madera desgastada. Los escalones si estaban mejor de lo que
esperaba. Una vez en el segundo piso siguieron caminando por un pasillo
estrecho. Todas las puertas de los apartamentos parecían iguales, de no ser por esos números de
metal incrustados en la parte superior. Se detuvieron en el apartamento 205.
— Llegamos. Ya sabes, no te quejes si
huele mucho a escancia, ríete de todo
lo que diga Franceska así no te
parezca gracioso; y por último, pero
no menos importante, te encargo a Thom.
Frunció el ceño inconscientemente. No le gustaba ser el único que no se enteraba de nada. Esperaba que por lo menos Perséfone le explicara mejor a qué se debía todo eso. Bueno, suponiendo que él tuviera
alguna idea de lo que su amigo estaba haciendo.
Damien tocó el timbre y
poco segundos después apareció Perséfone. Damien
no mintió cuando dijo que Franceska era adicta a las esencias. Un olor a
canela le golpeó la cara en conjunto a la impresión de ver a Perséfone en un
delantal de cocina, con unas lindas trenzas cogidas atrás. Tenía un aspecto
etéreo hasta que la cara de sorpresa al
verlo dañó sus facciones. Definitivamente él no estaba invitado a la fiesta.
— ¿Qué haces aquí?
— ¿Esa es la
forma de saludar a tu padrino académico? Thom,
amigo, debes mostrarte más amigable.
Damien no se molestó en dar una
explicación, entró como Pedro por su casa y los dejó a los dos
solos en la entrada. Otra vez vio el sonrojo en la cara de Thom, sus labios se
abrían y cerraban como un pez fuera del
agua. Qué adorable ¿Qué estaría intentando
decir?
— Lo siento, no quería sonar rudo.
— Está bien, yo
tampoco tenía idea que iba a terminar aquí. Traje algunas cosas para la comida.
Extendió la bolsa y
esperó a que Perséfone la tomara, este agradeció en voz
baja; se veía muy incómodo. Pero nada de eso importaba realmente porque estaba muy
contento de verlo así de
consciente de su presencia. Prosiguió al interior
cuando su anfitrión se lo
indicó, su hogar era tan modesto como se lo
imaginaba.
Una pared de yeso arrinconaba la sala de estar más hacia la puerta, la presentación de esta
obra no se veía muy profesional, de seguro Perséfone la había hecho. No
tardó en enterarse que detrás de esa pared estaba el cuarto del guitarrista.
Cuando vio a la mamá de Perséfone, sintió una empatía inmediata. El carisma de esa mujer, su rostro tan adorable y la
facilidad con la que lo aceptó, fue
suficiente para alegrarse de venir a celebrarle un año más de vida.
— ¿De dónde conoces a mi hijo?
— Ah... bueno, yo—miró a Damien
buscando una pista de qué debía decir—. Soy fan de
la banda y los conocí hace un año.
— Vale, pero ¿Cómo terminaste aquí?
— ¡Mamá! Lo estás haciendo
sentir incómodo, para ya.
— No te molestes, solo estaba curiosa
porque nunca me hablaste de él.
No sirvió de nada
detener a Franceska, se había sentido
muy incómodo.
— Está bien,
realmente no es que seamos amigos cercanos, puede ser por eso que no haya
hablado de mí.
— De todas maneras me alegro saber
que hay más personas rondando alrededor de mi
hijo. ¿Sabías que desde
hace más de cuatro años que no conozco amigos nuevos de mi hijo?
— ¡Mamá me estás
avergonzando!
Cedric se rió
genuinamente. Ellos estaban mostrándose tal y
como eran, esa sinceridad era refrescante. Perséfone se calmó y recobró la
compostura, se excusó por las
preparaciones que estaba haciendo.
— Por cierto, deberías anotar más puntos con
la cumpleañera, ve a cocinar Cedric.
Damien lo arrastró también a la cocina y lo empujó sin mucha
fuerza contra Perséfone. Cuando
sus cuerpos chocaron se produjo en los dos una sensación de hormigueo en el estómago. Por
primera vez Cedric hizo la comparación de sus
cuerpos y notó que Perséfone era más bajo de lo
que parecía.
— ¿Necesitas
ayuda?
— ¡Claro que la
necesita! Está cocinando para cinco.
Si Damien estaba tramando algo, no estaba siendo demasiado
disimulado. Ese tipo de acoso era igual al que hacían en primaria cuando dos niños se
gustaban. Perséfone intentó negar la ayuda pero al fin lo aceptó a su lado.
— Puedes ayudarme a pelar las
zanahorias.
Le pasó una bandeja
con media docena de zanahorias y un cuchillo. Cedric estuvo callado durante
todo el proceso. Veía a ese
hombre meter sus manos en diferentes ollas que hervían y fritaban diferentes alimentos, después de sacar unas ollas de los fogones, le explicó cuál iba a ser
el menú: sopa de zanahoria, trucha en
mantequilla de macadamia y ensalada.
Sonaba delicioso, ya tenía ganas de que
llegara la hora de comer. La preparación de la sopa
de zanahoria iba por la mitad cuando llegó, así que solo faltaba agregar las zanahorias para dejar cocinar y
después licuar.
Entre el ajetreo con las ollas que acababa de sacar del fuego, el
cuchillo que estaba manejando Perséfone se cayó y terminó bajo la
nevera. Al parecer solo tenían dos
cuchillos de ese tipo, ahora tendrían que
compartir el que tenía Cedric.
— Intentaré recogerlo más tarde, por
ahora sigamos.
Los dos siguieron la orden recién dada y
fueron a por el cuchillo, sus manos se tocaron cuando casi llegaban al
implemento. Sus ojos se encontraron y no necesitaron telepatía para saber qué estaban
pensando. Perséfone intentó quitar la mano pero el dedo meñique de la
mano de Cedric se cerró con el dedo
meñique de Perséfone como prisionero.
— Estoy feliz de estar aquí. Estoy feliz de haberte conocido. Persé... Thom me gusta estar contigo.
Perséfone abrió los ojos y se arqueados sus cejas, formando una expresión conmocionada. Las mejillas se le llenaron de color, se mordió el labio y bajó el rostro.
Estaba pensando seriamente en que Perséfone tenía problemas de la tensión o algo
parecido, se sonrojaba por todo.
— Así que, si no
te molesta, deberíamos cocinar
algo otra vez. No necesita ser una ocasión especial.
— Sí... me
gustaría. Cedric...
Bajó la mano y terminaron
apoyándolas sobre la mesa, solo tocándose con sus dedos meñiques.
– Yo me siento muy agradado cuando
estoy contigo. Eres una buena persona, gracias por todo.
Cedric sonrió y se quedó callado mirando a alguna mancha de la pared que tenía al frente. Ese sentimiento era muy fuerte, diferente a la
intensidad que a la que estaba acostumbrado cuando le gustaba alguien. Lo que
sentía por ese hombre, era algo de otro
mundo.
—Huele muy bien ¿Ya casi va a estar?
Franceska los sacó de su pequeño mundo, con diligencia Perséfone tomó el cuchillo y picó las
cebollas rápidamente.
— Estoy en eso mamá, espera un poco.
Puso las cebollas a dorar y le pasó el cuchillo
para que él terminara de picar las zanahorias.
Toda la magia del momento se murió y los dos
quedaron como si nada estuviera pasando.
Terminaron la cena y la sirvieron diligentemente para calmar los
estómagos hambrientos. Trajeron el
pastel e hicieron toda la ceremonia para celebrar el nuevo año de vida de Franceska. Cuando todos comenzaron a comer, no fue
hasta la mitad que Cedric cayó en cuenta
que si ella sufría de
diabetes no debería estar
comiendo pastel, luego le explicaron que ese era un postre especial para diabéticos. Le sorprendió mucho que
el pastel supiera tan bien aun sin azúcar.
Luego llegó la hora de
lavar la loza y en esta ocasión, fue
Damien quien se ofreció. Franceska
ya estaba muy cansada y se fue a dormir, así que solo
quedaron Cedric y Perséfone en la
sala.
— ¿Qué te gusta comer, Cedric?
— Cualquier cosa, no soy muy selectivo.
— Alguna comida favorita debes de
tener ¿No?
— Bueno, en ese caso me gustan mucho
los diferentes tipos de arroces.
— ¿Quieres que
probemos a hacer alguno la próxima vez?
—... Claro.
Perséfone sonrió de forma hermosa, su corazón dio un
brinco. No podía creer lo mucho que le gustaba, ya
estaba asustado de sí mismo. Se
recostó de lado en el brazo del sofá y se quedó mirándole en silencio.
— ¿Puedo
preguntarte algo Cedric?
—Sí, dime.
— ¿Yo todavía te gusto?
— Claro, nunca me has dejado de
gustar.
Para ser una pregunta tan vergonzosa y salida de quién sabe dónde, Perséfone se veía muy serio.
No se avergonzó o dio alguna explicación del porqué de su
pregunta, solo soltó un «juum…» y se quedó callado de nuevo. No fue hasta que llegó Damien que la conversación se volvió a mover hacia a algún lado.
La tarde terminó más rápido de lo
que hubiese querido y llegó la hora de
la despedida. Lo acompañaron hasta
la estación de metro y le dijeron qué debía tomar para
llegar a su casa. Siguió las
indicaciones y ya se encontraba rumbo para su casa.
Podía respirar de nuevo, se habían dicho muchas cosas hoy. Seguramente muchas de ellas no fueron lo que esperaba, pero si de algo estaba seguro es que por primera vez en su vida podía estar casi seguro de que era correspondido.
Quería que ya
fuera su siguiente encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario